Crítica muy, muy seria de Snowpiercer ('Rompenieves')

Hoy he visto Snowpiercer. Es una película muy bonita y muy bíblica sobre el Diluvio Universal, que aquí es de nieve, y el Arca de Noé, que aquí es el Tren de W.

W es un tal Winston o algo así; tiene su logo puesto por todas las esquinas de la película, pero al final no te queda muy claro cómo se llama y por qué Ed Harris parece el hermano moribundo de Ed Harris. 

El caso es que eso: hay un diluvio de nieve (?), el mundo se va a tomar por culo y los únicos supervivientes están encerrados en un tren inventado y dirigido por Ed Harris viejo y arrugado, que en la película de llama W. No explican cómo hace Ed Harris para llegar a fin de mes, pero debe de andar muy justito, porque el tren gasta que te cagas en calefacción, porque ahí todos van vestidos con ropa de verano (o harapos de verano, si eres pobre) aunque fuera el mundo esté en una edad glacial.

El problema es que Ed Harris es maligno, maligno. A la gente que va en businnes la trata bien, les pone discotecas, drogas, plantaciones de marihuana y las típicas comodidades de un tren postapocalíptico; pero a la gente de tercera clase los trata como a perros: los viste mal, les da de comer chocolatinas que luego descubres que están hechas con cucarachas en vez de con cacao y encima les roba a los niños pequeños, porque es como medio pederesta. Un tío malo, vaya. 
No los juzgues por su aspecto sucio: son buena gente
Y claro, los pobres de tercera clase tienen que cambiar eso, que ya llevan casi 20 años en las mismas y no puede ser. Así que organizan un viaje rebelde desde el último vagón hasta el que tiene la W así mayúscula, que es donde vive Ed Harris con los niños a los que secuestra.

El héroe es el Capitán América, que sigue siendo un soso que te cagas y encima en esta película no enseña los abdominales, así que a nadie le importa. Y en vez de Scarlett Johansson, va con él la típica negra chula con sobrepeso de las películas, así que esta parte tampoco le importa a nadie. El tercero de la chupipandi es Billy Elliot, que desde que hizo sadomaso con Lars Von Trier va como de heterosexual o algo; muy extraño todo. Estos tres y un montón de desarrapados sucios inician la revolución y van hacia el vagón de Ed Harris. Por el camino se juntan con un chino y su hija china: él es hacker y ella es una intensa que ve como cosas en su mente; los típicos orientales, vaya.

Hay muchas peleas a cámara lenta con música bonita, y mucha gente muere y otra resulta herida. En algún momento también aparece la mano derecha de Ed Harris, que es Tilda Swinton, a la que alguien ha creído que era necesario hacer todavía más fea poniéndole las gafas y la piñata de Betty la Fea.


Al final, hay diálogos grandilocuentes sobre el sentido de la vida y descubres cosas sobre el equilibrio universal y la condición humana. Es súper profundo, y no te lo esperabas para nada. Resulta que la película es una alegoría. Yo no sabía lo que era eso, pero he buscado en el DRAE y define alegoría de la siguiente manera: «una alegoría es como una metáfora, pero en plan súper bestia».

Así que una vez que Ed Harris nos explica que es todo una alegoría, pues ya nos damos cuenta de que la película es muy buena y que no hay que prestar atención a pequeños fallos como las facturas de calefacción del tren o que Billy Elliot haga de hetero, porque es todo alegórico.

VEREDICTO: Te recomiendo mucho esta película si eres un intenso y te gustan las metáforas a lo bestia. No te la recomiendo si no te gusta la gente fea y mal vestida, porque aquí hay mucha.

La «forma de vida» de Amélie Nothomb

La excéntrica escritora belga lo ha vuelto a hacer: en Una forma de vida consigue darle un nuevo giro de tuerca al juego de la ficción autobiográfica que viene caracterizando gran parte de su obra literaria. 

Para quien no la conozca, Amélie Nothomb es un rotundo bestseller en Francia, acreedora, entre otros, del Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. Se distingue por su inimitable estilo de escritura, a caballo entre el humor más absurdo y la ironía más refinada, con un tono que algunos tachan de pedante y otros, de corrosivo y genuino. Una de esas escritoras que no suele dejar indiferente, ya sea para bien o para mal, y que consigue publicar una narrativa que en principio está llamada a ser minoritaria, pero que resulta un superventas en muchos países. Si me permitís la comparación, es una especie de Haruki Murakami a la francesa (o a la belga). 

Uno de los juegos favoritos de esta escritora es convertirse en la protagonista de muchas de sus novelas. Sin embargo, no se trata de autobiografías reales, sino que juega a inventarse su propia historia, llegando, por ejemplo, a describir sus primeros tres años de vida asegurando que por aquel entonces estaba convencida de ser Dios (Metafísica de los tubos, 2001, Anagrama). 

Así se las gasta Nothomb cuando le dejan vía libre, y en Una forma de vida, su decimosexta novela publicada en España, lleva este tipo de ficción autobiográfica al extremo, como os decía en las primeras líneas. 

Una forma de vida narra la historia de una novelista llamada Amélie Nothomb que recibe una carta de un lector suyo que en esos momentos se encuentra destinado en Irak con el ejército estadounidense. Este soldado tiene un problema: los horrores de la guerra lo atormentan, y su única forma de huir de ellos es comer y comer, hasta límites enfermizos

Amélie Nothomb (la Nothomb de la novela) comienza a cartearse con él para conocer más detalles sobre su padecimiento, y aquí se inicia una historia epistolar que esconde una crítica corrosiva hacia la guerra y el ego de los escritores, pero también de sus lectores. 

Reseña de Una forma de vida de Amélie Nothomb.Una novela en la que la autora tiene el valor, o la poca vergüenza, de usarse como ejemplo y convertirse a sí misma en el blanco de la crítica. Un estudio incisivo y despiadado de temas como la guerra, la relación con la comida y el propio cuerpo, el ego, la mentira… 

Como viene siendo habitual en las últimas novelas de esta escritora, la obra está lejos de la calidad de sus primeras publicaciones, pero la he encontrado un escalón por encima de sus predecesoras más inmediatas. Quizá no sea tan divertida, pero desde luego, es una de sus novelas más conseguidas en lo que se refiere al juego de ficción entre escritor y lector. Entre las páginas de Una forma de vida, casi parece que uno pudiera ver a la autora guiñándole un ojo e invitándolo a escribirle una carta. 

Una novela que dejará satisfechos a los fans de la autora belga, pero que quizá resulte un poco árida para los que no la conozcan. Si quieres empezar a leer a Nothomb, posiblemente esta no sea la opción más adecuada; sus primeras novelas sin duda te resultarán más asequibles y entretenidas.

Para mí es un 8.

'Beneath the harvest sky': cine juvenil poco convencional

Beneath the harvest sky es una de esas cintas que te apuñala en el corazón y por la espalda. Doble nivel de dificultad, ahí es nada. Si, como un servidor, te lanzas a verla habiendo leído solo la sinopsis y el elenco de actores, creerás que se trata de una película juvenil de temática realista. Es cine indie, así que no esperas un Nicholas Sparks, pero definitivamente te imaginas un chico conoce chica, un poco de drama exagerado estilo «soy un adolescente y mi vida es una mierda», como mucho, una madre alcohólica...

Esta no es una película de esas. Para nada. Bueno, lo de la madre alcohólica más o menos; y lo de que la vida es una mierda, también, solo que en este caso es real, no una percepción de la realidad distorsionada por las hormonas.

Beneath the harvest sky es dura. No dura como «¡ay, el amor de mi vida se ha ido a la guerra y es posible que no lo vuelva a ver!». Dura de verdad. Dura de las de: «amigo, esto pasa en la vida real. Esto pasa de verdad»
Crítica de Beneath the harvest sky, película indie
Hay una chica, claro. Siempre hay una chica.
Nos situamos en una zona rural de Maine, cerca de la frontera con Canadá. El ambiente es opresivo, gris, la mentalidad de la gente parece un tanto de otra época y el dinero no abunda; o si abunda, no hay indicios de ello a la vista. La mejor opción para la mayoría de jóvenes parece ser terminar la secundaria cuanto antes y ponerse a trabajar, quizá ayudando en la cosecha de patatas, uno de los pocos negocios que sigue funcionando más o menos bien.

Los protagonistas son Casper y Dominic, dos chicos de diecisiete años con pocas expectativas de una vida mejor. Dominic se deja el lomo en la granja de patatas para ayudar a su familia, que se reduce a su madre. Casper, por su parte, vive a caballo entre la casa donde su madre (perturbada mental, en el mejor de los casos) vive con su novio y los hermanos de Casper, y la casa de su padre, que pasa drogas a través de la frontera con Canadá con la ayuda del tío de Casper. Dominic es un buen chico, trabajador, más o menos estudioso y con posibilidades de llegar a algo; pero todo el mundo le dice que perderá estas posibilidades si se sigue juntando con Casper, que es como un huracán, y siempre está peleándose con alguien, cometiendo delitos o insultando a algún profesor delante de todos los compañeros de clase. Ambos tienen un plan: salir por patas de ese condenado pueblo. Comparten un refugio, una casa abandonada, donde guardan el dinero que van ahorrando, uno con el trabajo cosechando patatas, otro con sus trapicheos.

Este es el planteamiento de la historia. A partir de aquí: la vida. 
Crítica de Beneath the harvest sky, película indie.
Es cine indie canónico. Es decir, desarrollo lento, calmado, largos planos de paisajes, música bonita pero más bien melancólica, estética apagada, triste... Quien esté acostumbrado a este tipo de películas, ya sabe lo que va a encontrar. Y a los que no, os animo a darle una oportunidad; al principio puede parecer que no pasa nada y que el avance es lento, pero a la larga te das cuenta de que, de alguna manera, eso encaja con es el espíritu de la historia.

Pocos actores y poco conocidos, pero todos muy solventes en sus papeles. Los protagonistas son, como Dominic, Callan McAuliffe, al que puede que conozcáis de una de las películas más tiernas y recomendables del mundo: Flipped, o también de sus pequeños papeles en Soy el número cuatroEl gran Gatsby; y Emory Cohen, al que habéis hace poco en The place beyond the pines, haciendo un papel muy parecido al que tiene en esta película. Cohen está excelso como Casper. No sé si este chico sabrá actuar cuando le toque un papel en el que tenga que sonreír y ser feliz, pero como adolescente enfadado con el mundo y tirando a sociópata la verdad es que siempre lo borda.

También andan por ahí dos grandes de la televisión: Aidan Gillen (Lord Baelish, si nadie se lo impide) y Carrie Preston (loca pelirroja en True Blood y loca un poco menos pelirroja en The good wife). La Preston tiene dos frases contadas, así que no puedo decir que está excelente, pero seguro que si le hubieran dado otras dos lo habría estado, porque es una estrella. Y Meñique Gillen, que sí que tiene más papel, está muy bien, aunque su personaje es un poco coñazo, porque, siendo honestos, ya está muy visto.
Crítica de Beneath the harvest sky, película indie.
La película es muy bonita. Dura, pero bonita. Como os decía al principio, iba pensando encontrarme la clásica película juvenil de chicos de campo que son muy amigos, fuman un poco de marihuana para hacerse los rebeldes y se quedan con la chica, pero encontré algo muy distinto. Os la recomiendo si os va el cine indie moderado u os apetece probar un drama juvenil que se salga de lo típico.

Para mí es un 8,5.

Revenge: destripando la season finale

Seguro que más de uno se acuerda de que, antes de que se estrenara, nos vendían Revenge como una versión contemporánea y actualizada de El conde de Montecristo. Tres temporadas y sesentaitantos capítulos después, creo que se puede decir sin ningún reparo que Revenge es a El conde de Montecristo lo que Belén Esteban a la literatura: una patada en los cojones. Una patada en los cojones, eso sí, con unos Manolo Blahnik (o lo que se lleve ahora en tema de zapatos para señoras americanas con mucho dinero, que no estoy muy puesto en la materia). Sea como fuere, la grandeza de Revenge reside precisamente en hacer de la necesidad virtud, ser consciente de lo que es (un señor CULEBRÓN) y tomar la determinación de convertirse en lo mejor en lo suyo. O séase: regalarnos los giros culebronescos más típicos y al mismo tiempo estrambóticos posibles.

Ahora sí, os advierto de que voy a entrar ya en materia, con lo que la entrada contendrá spoilers del final de la tercera temporada. Y de los gordos. Avisados estáis.

Ahora ya, no nos andemos con rodeos: en el último capítulo de la que será, casi con toda seguridad, la penúltima temporada de la serie nos encontramos con una muerte (y media) y una resurrección. Así, centrándonos solo en lo verdaderamente relevante. Luego también tenemos un hijo segundón franchute sediento de venganza, una puta muerta en una cama de hotel y otro drama personal de Charlotte Grayson (a.k.a. Charlotte Clarke, a.k.a. La niña esa que está todo el día haciendo pucheros).

Así, a grandes rasgos, Vicky entra en una espiral de furia homicida (ya se echaban de menos, que estaba teniendo una temporada muy tranquila) porque Conrad se ha cargado al amor de su vida. Para quien tenga dudas: el amor de su vida, al menos en este arco de cinco capítulos, es Pascal Lemarchal. Que ya sabemos que Victoria es especialista en tener muchos amores de su vida, especialmente en esa etapa guarrilla que tuvo entre los dieciséis y los veinte y en que se pasó por la piedra, como mínimo, a un señor de cada nacionalidad existente. ¿Ya nadie se acuerda del pintor perroflauta interpretado por James Purefoy? Un crossover entre Revenge y The Following sería tan, tan... Sería desternillante, eso seguro; otra cosa sería ya la calidad del producto resultante.
Estas acaban haciéndose un Lebos, os lo digo yo.
En fin, volvamos al tema que nos ocupa. Vicky ha perdido (again) al a un amor de su vida, pero como no tendría gracia que le echara la culpa a Conrad (que ciertamente es el asesino), decide que la que tiene que pagar los platos rotos es Emily/Amanda (a partir de este momento, Emanda). ¿Y qué hace? Pues, para alegría del sector del fandom que no son unas mojabragas (es decir, otras dos personas y yo), se carga a Aiden. Con veneno, discurso perverso de despedida, un vestido de infarto y todo lo que cabría esperar de un asesinato de Vicky. Y para más inri, le planta el cadáver en el sofá a Emanda para que lo encuentre al llegar a casa, versionando la famosa escena de la cabeza de caballo de El Padrino al estilo Grayson.

Hasta aquí la muerte número 1.

Lo que pasa a continuación es lo esperado: Emanda pierde a la persona a la que más quiere en el mundo (again) y entra en una espiral de furia vengativa (again). Urde uno de esos planes enrevesados que el espectador sabe que, de una manera u otra, le saldrá bien, y tras muchas idas y venidas, consigue darle un palazo en toda la cara a Victoria (precioso momento: el arte de la pelea de perras llevada a su más fino nivel) y encerrarla en un psiquiátrico. Y claro, allí nadie le hace mucho caso a la Vicky cuando se pone a gritar como una posesa que Emanda no es Emily Thorne, sino Amanda Clarke. Porque es lo que tienen los pacientes psiquiátricos: que si hablan de dobles identidades y resurrección, nadie los toma en serio.
Como tampoco los espectadores nos tomamos ya en serio una resurrección en Revenge. Al menos, no después de que Lydia Davis resucitara por lo menos en la mitad de los capítulos en que aparece. Así que, cuando Conrad se escapa de la cárcel (¿cómo no?) y es apuñalado por una figura misteriosa que resultar ser David Clarke, pues... ¿alguien se sorprende?

Creo que la mitad del fandom tenía en mente esa posibilidad desde la primera temporada. Lo genial de Revenge es que, aun sabiendo que es más que probable que algo suceda, te sorprende. Porque uno está ahí en el sofá de su casa pensando: «los guionistas de esto están tan pasados que cualquier día resucitan al David. ¡Jajaja! ¿Te imaginas? ¡Nah! No se atreverán. No tendrán los santos cojones de resucitar al David». Y efectivamente: los tienen. 

Con estos elementos (más todos los dramas de Daniel, Charlotte, Jack y Margaux, que a nadie le importan un pimiento), la cuarta y presumiblemente última temporada de Revenge promete ser excelente. Excelente en lo suyo: en falsas muertes, resurrecciones, puñaladas por la espalda, peleas de perras, bastardos y todos los giros estrafalarios que uno se quiera imaginar. La gracia está precisamente en que es una serie sin complejos, que sabe desde el principio que no es más que una telenovela de Nova con mejor labor de casting, y que no se avergüenza de ello, sino que lo abraza y decide sacarle el máximo partido. 

Revenge te mira directamente a los ojos y te dice: «cuando viniste ya sabías que era un culebrón, pues prepárate, porque voy a ser el culebrón más loco que hayas visto jamás». Y de momento, lo consigue. Si alguien necesita una definición del término guilty pleasure en lo que a series de televisión se refiere, que se ponga un episodio de esta.

No sé vosotros, pero yo no me perderé la cuarta temporada, porque me muero por ver si Conrad resucita, si Lydia lo hace también para volver a reunirse con él (esta vez no está muerta, ¡pero que resucite igual!), si a Jack le dan por el hojaldre en la cárcel y lo espabilan y, sobre todo, por ver cuánto tarda Vicky en declarar que David Clarke es (again) el amor de su vida.

Crítica de G.B.F.

Todos los cinéfilos tenemos nuestras reivindicaciones personales, un actor o película generalmente tachado de malo o regular, pero que nosotros elevamos a los altares sin vergüenza alguna. Algo semejante me sucede a mí con Chicas malas ('Mean girls') esa icónica película teen del año 2004, con guion de la requetepremiada Tina Fey y protagonizada por la también icónica Lindsay Lohan. LiLo, que, por cierto, así, como quien no quiere la cosa, se está convirtiendo en guest star de todos los posts de este blog.

Chicas malas no era una película de institutos. O mejor dicho: no era solo una película de institutos. Iba más allá y tomaba todos los tópicos del género, los metía en una batidora y luego los servía acompañados de setas alucinógenas para hacerlo todo un poco más surrealista y, de paso, matarnos de risa. Una sátira con muy mala leche y cargada de ironía. Siempre defenderé que es una película exquisita y con un humor muy fino que hay que saber captar.

Otros diréis que es un truño de los que hacen historia. Probablemente llevéis razón, pero Chicas malas es mi reivindicación cinéfila, ya os advertía al principio.

Pues bien, pasando a la película que hoy nos ocupa, G.B.F. es simple y llanamente la respuesta homo a la cinta de Lohan. Es igual de exagerada, surrealista, hilarante y estéticamente pasada de rosca (a.k.a. hortera) que esta. Y también comparte alguna de sus mayores virtudes: es descarada, se atreve a hacer bromas que nadie se atreve a hacer en el cine teen, es meta como ella sola y esconde una sátira finísima debajo de su envoltorio de purpurina y topicazos. Además, es una película muy de su tiempo, igual que lo era la anterior. Como digo, no es otra cosa que su actualización a nuestra época, diez años después, donde el asunto de las chicas malas de instituto ya está un poco olvidado, y lo que se lleva es lo del mejor amigo gay que te aconseja sobre moda, te toca los pechos y te lleva de acompañante al baile de graduación.
Los protagonistas de G.B.F. Mu' monos ellos.
De eso va, a grandes, rasgos, G.B.F. Nos encontramos con dos mejores amigos, ambos marginados, ambos homosexuales (aunque esto solo lo saben sus amigos más íntimos). Tanner se encuentra muy a gusto con su situación y quiere dejarlo estar; sin embargo, Brent tiene un plan maestro para salir del armario de forma espectacular y convertirse en el hombre del momento en el instituto. El problema es que las cosas se tuercen, y el que acaba saliendo del armario ante todo el instituto es Tanner. Y, cuando se convierte en el primer estudiante abiertamente gay del instituto, las tres chicas más populares (en guerra perpetua entre ellas) se enfrentan por convertirlo en su G.B.F: en su gay best friend ('mejor amigo gay').

Esto, como os podréis imaginar, da inicio a una batalla campal en el instituto, que acaba salpicando también al círculo de amigos pringados de Tanner, incluido Brent. Hablando en plata, podríamos decir que se desencadena la Primera Pelea de Perras Mundial. Porque eso es lo que es: una pelea de perras. ¡Y sin complejo ninguno! Ahí reside la magia de esta película: tiene muy claro lo que es y lo que quiere ser, y el primer paso es reírse de sí misma.
La película es, como os digo, divertidísima. Y lo mejor es que no cae en lo zafio, sino que tiene un humor fino, inteligente, incluso cuando hace chistes escatológicos. Además, está trufada de referencias a la cultura pop más actual. Por ejemplo, una de las frases lapidarias que se me quedó grabada en el alma fue la de: «eres más gay que un episodio especial de Glee». Todo el que vea Glee tiene que morirse de risa, necesariamente; y también concederles la razón.

Porque ahí yace la mayor virtud de la película: ¡tiene razón! En todo. Detrás de su surrealismo y su humor irónico se esconde una crítica acertadísima contra ciertos estereotipos, que van desde el tema de la frivolización de la homosexualidad hasta el fanatismo religioso.

En cuanto a los actores, muchas caras conocidas de la pequeña pantalla (al menos para los frikis de mi categoría). Así de primer orden tenemos a Sasha Pieterse, conocida por interpretar a Alison en Pretty Litte Liars, y que en esta película básicamente hace el mismo papel de «soy una mala puta, pero cuando me conoces no puedes evitar quererme». También contamos con la presencia estelar de una de mis comediantes preferidas: la demasiado poco conocida para lo buena que es Megan Mullally. Además tenemos por ahí (voy a lo simple, para no daros mucho la turra) a Luna Lovegood, el protagonista The Hard Times of R.J. Berger y la bitch suprema de Awkward.

Y, por supuesto, el protagonista. A Tanner lo interpreta un actor poco conocido, pero al que un servidor tiene que adorar sí o sí por su papel en United States of Tara, una de las series de televisión a las que más cariño le tengo. Allí interpretaba a Lionel, el amor del personaje más adorable jamás visto en televisión: Marshall Gregson.
Y después de este aluvión de referencias a series (perdonadme, por favor, no lo puedo evitar), vuelvo al principio: hay películas que uno tiene que defender sin importar lo que opinen los demás. G.B.F., para mí, es una de ellas. Porque es inteligente, es valiente, es desternillante y da en el clavo con sus crítica. Además, debajo de toda la sátira, tiene un toque tierno que lo deja a uno con buen sabor de boca. Si no sois alérgicos al cine teen, yo os la recomiendo mucho.

Para mí es un 8.

Menos que cero, de Bret Easton Ellis

Bret Easton Ellis es otro de esos escritores, a lo Charles Bukowski, de los cuales uno podría decir que su fama no se debe a tanto a la calidad de su escritura como al contenido: provocador y, según cómo se mire, terrorífico. Su prosa no es nada del otro mundo, y ni siquiera estoy seguro de que ese aire de frialdad quirúrgica, de apatía, sea intencionado; quizá, simplemente, no sabe escribir mejor. Lo dicho: como Bukowski. Nunca llegaremos a saber si son dos de los grandes escritores de sus respectivas generaciones o los mejores expertos en SEO y Marketing en general. Tampoco creo que importe.

Reseña de Menos que cero, de Bret Easton Ellis.A diferencia de Bukowski, Ellis ambienta sus historias en Los Ángeles, la ciudad pecaminosa por excelencia; en concreto, en la juventud rica y deshumanizada que puebla los barrios pijos y se pasa las horas drogándose y yendo a fiestas en las que nunca falta una violación para crear ambiente. Hablo de historias en lugar de libros porque Ellis dio el salto a Hollywood (o al sub-Hollywood) tras el exitazo de la adaptación cinemtográfica de su novela más conocida: American Psycho. Sí: ESA American Psycho. 

Y, para alimentar todavía más la imagen extraña que debéis de tener ya en la cabeza, dejadme que os diga que la última obra de Ellis fue precisamente un guion original llevado a la gran pantalla por Lindsay Lohan en pleno mono (y deformada para la ocasión por cortesía de la cirugía y sus adicciones)  y un actor porno cuyo nombre de guerra es un juego de palabras con James Dean. La película, por si alguien tiene curiosidad (morbosa), es The Canyons, y no es tan mala como la pintan. En realidad, es igual que cualquiera de las novelas de Ellis, tiene todos sus elementos característicos, y sin embargo la crítica la denuesta. Por el contrario, novelas como Menos que cero, cuyo argumento es el mismo al 99%, son elevadas a la categoría de obra maestra.

Volviendo a Menos que cero, que es de lo que venía a hablar: no está mal. No está mal si sabes a lo que vas. Yo conozco bastante bien a Ellis, tanto por escrito como en sus adaptaciones cinematográficas, así que sabía lo que me iba a encontrar, y por eso disfruté de la novela. ¿Y qué esperaba encontrar? Pues jóvenes deshumanizados, rozando la sociopatía, como protagonistas; drogas, escenas de mal gusto de todo tipo, ausencia de toda clase de sentimiento, bueno o malo, indiferencia, apatía... Un retrato de un estrato social americano de los años 80 descrito desde la más absoluta (y cruel, y terrorífica) indiferencia.

Dicen que ahí está lo interesante de Ellis como escritor: en su frialdad, en su aparente desinterés por las atrocidades que narra, subyace (o eso queremos ver todos cuando leemos una de sus novelas) una crítica social afilada. En concreto, contra esa juventud privilegiada que lo tiene todo y, precisamente por eso, está más que dispuesta a perderlo con tal de pasar un buen rato.

La novela ha envejecido mal, eso es un hecho. Hoy en día, el submundo que nos retrata el autor a través de Clay, un joven universitario que regresa a casa (Los Ángeles) por Navidad, nos resulta muy ajeno. Lo leemos y flipamos un poco con lo mal de la olla que está toda la gente en la novela, sí; pero hasta ahí. En los 80, sin embargo, fue un bombazo. Un escándalo. La sociedad puritana e hipócrita de EE.UU. (que lo era todavía más en aquel entonces) se sintió entre asqueada, ofendida y pillada con las manos en la masa; y los jóvenes convirtieron el libro en una novela de culto, porque decían verse identificados con ella. Salvando las distancias, Menos que cero fue El guardián entre el centeno de su tiempo.

En cualquier caso, como digo, hoy la novela ya no tiene vigencia, porque nos pilla muy lejos de aquello y el impacto no es, ni de lejos el mismo que el que sin duda debía de causar a los lectores de los 80. Siempre es una pena que haya novelas que envejezcan tan rápido, pero es ley de vida.

Por lo tanto, una lectura que solo recomiendo a fans del género o del autor, o a gente con, como decía antes sobre la película de LiLo, curiosidad morbosa. Siempre sabiendo lo que uno se va a encontrar, claro, para no llevarse sorpresas desagradables.

A mí, no obstante, me ha satisfecho bastante. Porque soy así de especialito y morboso. Por esa razón...

Para mí es un 7.5.

Crítica muy, muy seria de 47 Ronin

Hoy os quiero hablar de 47 Ronin (según Filmaffinity, deliciosamente titulada en español como La leyenda del samurái). Es una película tan metafísica, tan cargada de lecturas filosóficas, que me veo obligado a ponerme serio para la ocasión.

47 Ronin trata, básicamente, sobre el Japón del siglo XVIII y Keanu Reeves, que es un mestizo que pasaba por allí. En la película no explican qué tipo concreto de mestizo es, pero todo apunta a que es un cruce entre una fea y un feo. Y como su personaje es un poco tontaina, igual el feo y la fea eran parientes. Pero no creáis que esto importa: Keanu Reeves es un secundario. Memorizar el guion tuvo que ser complicado, porque las tres frases que dicen son súper poéticas y súper profundas, pero en general son cortitas.

Aparte de Keanu Reeves hay otro japo (este no es mestizo) que seguro que conoceréis, porque sale haciendo de japo en todas las películas y series en las que necesitan meter un personaje de Japón. Él es el verdadero protagonista. Aunque a nadie le importa, porque molaba mucho más cuando hacia de maestro de kung fu intenso en Revenge, la serie de la rubia simpática que se tira a media docena de tíos buenos millonarios supuestamente para vengar a su padre. La clásica venganza.
Loki, Thor; Lord Kira, 47 Ronin
Míralos: como dos goticas de agua

47 Ronin también va de venganzas. Esta vez el que se venga es el Japo Omnipresente. Bueno, y Keanu Reeves un poquito también, para amortizar lo que los productores se han gastado en pagarle el caché. La cosa es que estos dos y otros cuarenta y cinco (infiero la cifra por el título, no os vayáis a creer...), después de ver cómo su señor es deshonrado y asesinado, toman la decisión de regresar a casa para darle estopa al japo malo que perpetró la deshonra de marras. Porque la parte del asesinato importa menos, no os vayáis a creer: lo jodido es lo del honor.

También anda por ahí una muchacha muy mona que es la hija del deshonrado, y que ahora es en plan prisionera virgen del malo. Que el malo se la quiere trajinar, claro, porque tiene mucho vicio; pero aunque sea perverso y asesine a la gente o invoque demonios como quien se toma un vasico de sangría, tiene su código de honor... Y claro, todos sabemos que en el código de honor de los malos de películas de samuráis está la parte de dejarle a la hija del tío al que has asesinado un año de luto antes de cepillártela. Así que allí la tiene, decorándole el castillo.

El malo en cuestión es un tipo con cara de no tomar All-Bran y que comparte estilista con Loki el de Thor; solo que a él le molan todavía más las hombreras. De todas maneas, es un poco un extra en la película, porque la verdadera antagonista guay es la bruja que trabaja para él, que está hecha toda una robaescenas. Es un poco Melisandre de Asshai achinada.

La tía e' mala, mala, mala... maligna. Vamos, es que tú la miras a la cara y ya lo sabes: «esta es maligna, maligna, ojito con ella». Y vaya si hay que andarse con ojito. La tía vale pa' un roto y pa' un descosío'; lo mismo te invoca a un mamut, que a un demonio, que se pone a hacer la danza de los siete velos con teletransporte incluido. Una bruja como Dios manda, vaya.

El caso es que hay muchas intrigas y trampas mu' finas (ya sabemos que los orientales tienen fama de ser finos pa' todo). Y al final, pues la típica pelea de los samuráis estos (ronin, se llaman) contra Melisandre y el tío disfrazado de Loki. Y no os digo como acaba, que luego me decís que hago spoilers.

Ah, por cierto, que no sé si lo he dicho: Keanu Reeves sale en una escena y dice una frase. Se rumorea que hasta le han pagado por el derroche de talento interpretativo.

Y eso, que un peliculón. Por momentos me ha recordado a Guerra y paz de León Tostói, porque tiene sus raticos de guerra y sus raticos de paz.

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Huelga decir que este post está escrito en clave de humor y sin ánimo de ofender a nadie. Ya en serio, la película es el típico blockbuster de samuráis con buenas peleas, unos paisajes de croma un poco cutrillos y un guion más bien simplón. La típica película de samuráis. Está entretenida, eso sí.

Goodbye Berlín, de Wolfgang Herrndorf

Tengo debilidad por las road storys; o séase, las historias de personajes dispares que se ven obligados a recorrer un largo camino juntos, normalmente en un coche que se cae a pedazos. Esta debilidad es algo que comprobaréis si os quedáis algún tiempo en este blog, porque seguro que en lo que queda de año caerán otro par de novelas y películas de este género. No me preguntéis por qué me atrae, pero el caso es que es así.

Reseña de Goodbye Berlín, de Wolfgang Herrndorf.A pesar de esto, no creo que con Goodbye Berlín me esté dejando llevar por mis gustos personales. Estoy convencido de que, más allá de que a uno le vaya el rollo Dos en la carretera o no, esta novelilla juvenil es una de las más disfrutables que nos han llegado en los últimos años. Y no sé si será casualidad que esta venga de nuestros vecinos europeos en lugar de EE.UU., pero el caso es que la novela (y sus dos protagonistas, por supuesto) me ha encandilado.

En Goodbye Berlín nos encontramos con Maik, clásico adolescente víctima de una familia desestructurada, que, al terminar las clases en el instituto, se queda solo en casa durante el verano, con pocas perspectivas de divertirse. En resumidas cuentas: su familia pasa de él, su vida social es bastante pobre y hay una chica que... En fin, tiene catorce años y hay una chica; no creo que haga falta que os diga lo malo que es eso, porque seguramente todos lo hayamos vivido.
Es entonces cuando aparece Tschick (diminutivo de un apellido todavía más largo y complicado de pronunciar), un ruso problemático y excéntrico con el cual Maik no tiene ninguna relación. O por lo menos, no la tenía hasta que Tschick decida que necesita un compañero de aventuras y escoge a Maik.

Así, con un coche robado, dos marginados que apenas se conocen y un viaje hacia un país que no existe, comienza esta bonita historia.

Lo que sigue no se sale del guion clásico de las road storys: malentendidos, personajes curiosos y entrañables, autodescubrimiento... Es un esquema de manual, pero la ejecución de Herndorf es perfecta, y el resultado es una novela ágil (se lee fácilmente en una tarde), divertida, emocionante y sincera. Sobre todo, sincera. Un acercamiento realista y honesto a los problemas de un par de chicos de catorce años. Por una vez, leyendo su historia, uno se cree que de verdad son adolescentes, con problemas de adolescentes, y empatiza con ellos.

No voy más allá, porque es la trama es tan sencillita (y me encanta que lo sea, ojo) que es difícil decir más sin caer en spoilers. Solo quiero insistir en que los dos protagonistas son entrañables, especialmente Tschick, y que estamos ante una novela juvenil realista. En todos los sentidos. Y se agradece algo así de vez en cuando.

Mención especial para bromas que son un guiño al lector, como los concursos de reparto de comida basados en preguntas sobre Harry Potter. Una delicia.

Para mí es un 8.5.


Nota: Al poco de terminar la novela, buscando más libros del autor, me enteré de que falleció hace poco menos de un año de una enfermedad. Una verdadera lástima. D.E.P.

Los límites de la ficción

Permitidme que hoy reflexione sobre un tema muy particular. Tiene que ver con Juego de tronos, así que ya os adelanto que el siguiente artículo contiene spoilers de los tres primeros episodios de la cuarta temporada y de la novela Tormenta de espadas. Avisados quedáis.

Los más avispados seguro que ya os imagináis sobre qué voy a hablar: esa escena del episodio 3, la escena. Que no lo es porque sea la mejor ni la más interesante, sino porque vivimos en una sociedad en la que cualquiera se aventura a hablar sin pararse un segundo a pensar en si lo que hace tiene sentido o no. En la escena de la que os hablo, Jaime Lannister, hermano mellizo y amante no tan secreto de Cersei Lannister, la fuerza a tener sexo con él delante del cadáver del hijo de ambos, recientemente asesinado. Y la polémica, claro está, no se ha hecho esperar.
Gif de Jaime y Cersei en Game of thrones (Juego de tronos)
No es la primera vez que Cersei y Jaime tienen una escena semejante
Porque, así funciona el mundo: dos personajes atormentados por la muerte de su hijo (que para más inri, oficialmente no es hijo de Jaime, sino de otro hombre) tienen sexo incestuoso en un lugar sagrado, ante un cadáver, con su padre y el nuevo rey recién salidos de escena, con una mezcla turbulenta de tristeza, rencor, melancolía y miedo, y todo lo que se le ocurre decir a la gente es que «hay que ver que fuerte, que en Juego de tronos hacen apología de la violación». Los más generosos simplemente se quejan de que la adaptación de la escena es poco dudosa, porque en los libros es bastante diferente. Pero ¿nadie va a hablar de lo maravillosa que es la escena en términos cinematográficos y literarios? Violación o no, incesto o no, es exquisita. Los sentimientos enfermizos traspasan la pantalla y llegan hasta el espectador.

La famosa Boda Roja era una masacre que llevaba incluidas, entre otras cosas, un regicidio, el asesinato de un animal, el de un bebé nonato y profanación variada de cadáveres, pero nadie exigió que los creadores de la serie o el escritor de los libros pidieran disculpas. ¿Por qué? Sencillo: porque es ficción. Y la ficción, amigos míos, espero que todos estemos de acuerdo, no tiene límites. O no debería de tenerlos.

Cumbres borrascosas, novela atemporal donde las haya, está protagonizada por personajes repulsivos que llevan a cabo acciones aún más repulsivas movidos por los sentimientos más bajos de odio y rencor que el ser humano puede llegar a experimentar. Romeo y Julieta, de Shakespeare, habla de jóvenes que se dejan llevar por las bajas pasiones (sí, bueno, ellos lo llaman amor), desobedeciendo a sus familias e introduciéndose en una espiral de enfrentamientos sangrientos que conducen a la muerte. Y el mismo Quijote habla sobre un tipo que un buen día agarra una lanza y sale al campo manchego a atacar con ella al primer clérigo inocente al que confunde con un secuestrador. Y así podríamos seguir buscando ejemplos hasta mañana.

Yo, personalmente, no imitaría la conducta de ninguno de estos personajes en la vida real. Tampoco imitaría la de Jaime Lannister; ni, en general, la de ningún personaje de la serie Juego de tronos y las novelas en que se basa. No obstante, esto no significa que no aprecie la calidad de todas estas obras y no disfrute como un enano leyendo las peripecias de sus personajes, por retorcidas, enfermizas y deleznables que resulten. Repito: la ficción no tiene límites.
Jaime y Cersei en un still de Game of thrones (Juego de tronos)
Cersei, ¿una leona desvalida?
Así que, por favor, que no me vengan ahora un puñado de progres iletrados a decir que una escena de una serie de televisión hace apología de la violación, que es un atentado contra la libertad de las mujeres o que sus responsables están enfermos. Porque todo el que extraiga ese tipo de ideas de una serie de televisión, una película, una novela, una pintura, etc. es un completo ignorante que desconoce lo que son el arte y la ficción.

Y claro, la polémica ya estaba servida, pero fue a más cuando el director del episodio trató de justificar la escena diciendo algo así como que no era una violación, sino una especie de juego sexual de roles de poder, y que al final Cersei consentía. Ojo, que lo que dice es muy lógico dentro del universo de la serie, y al menos yo, como espectador y también lector de la saga literaria, creo que es totalmente acertado: por lo que sabemos acerca de la relación íntima entre Cersei y Jaime, los juegos de poder tienen un papel muy importante. El problema es que el director explica desde el punto de vista ficcional, literario, una escena a un grupo de personas que se quejan de ella precisamente porque no saben entender lo que es la ficción. Y claro, esto ya es el remate.

He leído algún artículo bochornoso (y publicado en medios especializados, lo cual es aún más preocupante) que dice cosas como «no también significa no en Poniente» y prácticamente acusa a este señor de estar parafraseando a esos violadores que tienen las santas narices de defenderse diciendo burradas como «ella me provocaba» o «decía que no, pero yo sé que le gustaba.»

¡Por los Antiguos Dioses! ¿Cómo iba a querer decir eso el pobre hombre? Intentaba explicar (quizá eligiendo mal las palabras, eso no lo discuto) que la escena no estaba concebida siquiera como una violación (y ojo, que si lo estuviera, tampoco pasaba nada; repito: es ficción). Y es que es cierto que en la escena nos encontramos pequeñas sutilezas que indican que, efectivamente, la supuesta violación no era exactamente tal.

Cersei Lannister en Game of thrones (Juego de tronos)
Para empezar, lo que Cersei dice es «aquí no». Y lo dice no con la furia que una mujer como ella emplearía contra un hombre que la intenta forzar (conocemos a Cersei, todos sabemos que reaccionaría con violencia contra algo así), sino con tristeza. ¿Y cuándo hemos visto triste y abatida a Cersei? Solo cuando algo malo les sucede a sus hijos. Si Cersei está triste y susurra entre lágrimas que «aquí no» es porque tiene el cuerpo de su hijo asesinado allí mismo, porque está destrozada y no se siente con fuerzas para seguir adelante; porque no es capaz de lidiar con el hecho de que su hijo ha muerto y de que, además, este era fruto el incesto con el hombre que tiene ante ella, y que acaba de regresar de una guerra que lo ha cambiado tanto física como psicológicamente.

Cersei necesita a Jaime, o al menos alguien que la ayude a sobrellevar la muerte de Joffrey, pero al mismo tiempo se siente sucia y asqueada por el deseo de acostarse con su hermano ante el cadáver de su hijo; porque la muerte de Joffrey le hace replantearse las cosas, y tal vez empiece a pensar que aquello no está bien. Por eso se revuelve y, llorosa, le dice a Jaime que no deben hacer eso en ese lugar y en ese momento. Pero no se resiste de verdad; en realidad no es más que una muestra del famoso orgullo de Cersei Lannister, que Jaime conoce de sobra, porque no se atreve a decirle la verdad: que está destrozada y lo necesita.

La escena puede ser todo lo retorcida y enfermiza que queremos (como tantas, en el mundo de Poniente), pero definitivamente es sexo consentido. O al menos, lo es dentro de la psicología de los personajes. Si hemos leído las novelas o visto la serie, si conocemos a Cersei y a Jaime, sabemos que eso que se ve en pantalla es, en cierto modo, un acto de amor. Todo lo repugnante que queramos, pero es que el amor de estos dos siempre ha sido así: repugnante, enfermizo, incomprensible desde el punto de vista de unas personas como nosotros, que vivimos en el mundo real, en el siglo XXI.

En resumidas cuentas: defiendo plenamente el trabajo de los guionistas del episodio. Aunque la escena esté ligeramente modificada respecto a las novelas, yo creo que es plenamente coherente con los personajes. Defiendo también la labor del director, porque creo que la escena sí que tiene pistas suficientes para que el espectador medio comprenda que no es una violación. O mejor dicho: para Cersei no es una violación. Para cualquier mujer del planeta Tierra en el siglo XXI algo así lo sería, claro; pero ni Poniente ni Cersei Lannister se rigen por nuestras idiosincrasias.

Ahora bien, permitidme que vuelva al título de la entrada: no es una violación, pero, aunque lo fuera, ¿qué hay de malo en ello? Es una serie de televisión (y de una calidad considerable), no podemos exigirle que no contenga violencia, lenguaje malsonante, violaciones, asesinatos, torturas... ¿O qué será lo siguiente, si no? ¿Pedir que solo se haga ficción en la que los personajes sean buenos y hagan lo correcto? Precisamente la calidad de Canción de Hielo y Fuego y Juego de tronos yace en el hecho de que ninguno de sus personajes es bueno ni hace siempre lo correcto, y aun así el lector/espectador puede llegar a entenderlos y amarlos.

Que no venga ninguna asociación progre que no entiende lo que es el arte a quitarnos eso, por favor.